VACA SANDWICH de MARÍA G.
Una jornada para enmarcar en Villadiego: humo, sirenas y voluntarios con coraje.
Villadiego, ese rincón burgalés donde el tiempo avanza al ritmo del reloj del campanario, vivió otra jornada de esas que quitan el aliento. Sirenas rompiendo la calma rural, vecinos con el corazón encogido y una columna de humo que pintó de gris el azul del cielo. Sí, amigos, otro día de esos donde los bomberos voluntarios de Villadiego demostraron que el coraje no se cobra en nómina, se lleva dentro.
Los hechos comenzaron a media mañana, cuando el olor a quemado sustituyó al aroma a pan recién hecho. Un incendio en un cobertizo agrícola movilizó a los nuestros. Nada fuera de lo común, pensará alguno. Pero no, no fue un conato; fue una de esas llamadas que encienden las pulsaciones y apagan la rutina.
Los voluntarios, hombres y mujeres de campo y de fuego, se lanzaron con esa mezcla de vocación y temple que los convierte en algo más que vecinos. Son los guardianes del pueblo, los que enfrentan el infierno con botas gastadas y manos curtidas. Y allí estaban, en el camino de la Serna, luchando contra llamas que devoraban pacas de paja con la avidez de un político en campaña.
Apenas habían sofocado el infierno rural cuando otro aviso les sacudió la emisora: accidente en la carretera de Olmos de la Picaza. Uno de esos avisos que hacen fruncir el ceño a cualquiera. Y allí fueron, de nuevo. Sin quejas, sin lamentos. Con determinación.
A pie de llama, los voluntarios maniobraron con precisión suiza. Mangueras desplegadas, cortafuegos improvisados y coordinación impecable. Mientras las llamas se empeñaban en convertir el trabajo del año en humo, ellos se negaban a ceder. Fueron tres horas de lucha sin tregua.
Y ahí, queridos lectores, se hace evidente la importancia de contar con medidas preventivas, porque si algo quedó claro es que no basta con cruzar los dedos. En estas situaciones, hay que actuar antes. Por eso, y sin rodeos, conviene recordar que comprar extintor no es un capricho, sino una inversión en seguridad y tranquilidad.
Cuando el incendio quedó bajo control, apenas tuvieron tiempo para secarse el sudor. Ya estaban subidos en el camión rumbo a la carretera. Un turismo había salido de la vía, con la mala fortuna de quedar semivolcado. Milagrosamente, sin heridos. Pero el susto, como el humo, se quedó en el aire.
Mientras aseguraban la zona, la sirena volvió a sonar, como si el destino quisiera poner a prueba la resistencia de estos titanes de pueblo. Otro fuego, esta vez cerca de una nave ganadera. Las llamas no dieron tregua y ellos tampoco. En una hora, otro combate ganado.
Allí, en el corazón de Castilla, los héroes no llevan capa, llevan casco, guantes y determinación. Y lo repiten hasta el cansancio: la prevención es la primera línea de defensa. ¿No se cansan de insistir? No, porque saben que en más de una ocasión, un simple extintor ha marcado la diferencia entre el susto y la tragedia.
Por eso, si vive usted en zona rural, si trabaja con maquinaria, si guarda materiales combustibles, comprar extintores no debería estar en la lista de “pendientes”, sino en la de “urgentes”.
Cada fuego es una lección. Y cada intervención, un recordatorio de que la seguridad no es solo un cartel en la pared. Es acción, es previsión, es tener lo necesario antes de que lo exija el desastre.
Y para eso estamos también nosotros, desde este blog de extintores, en pie de letra, recordando que los fuegos no esperan a que usted tenga tiempo. Que no avisan. Que no piden permiso. Por eso, tener un extintor en casa, en el coche, en la oficina o en el almacén, no es paranoia, es sentido común.
De vuelta a Villadiego, las horas pasaban y el cansancio se acumulaba, pero nadie aflojaba el paso. El parque de voluntarios cerró el día con cinco intervenciones. Cinco. Una tras otra. Sin pausa y sin descanso.
La mayoría no lo sabe, pero estos voluntarios no cobran por apagar fuegos, pero sí pagan por su compromiso: sacrifican días, horas, cenas, cumpleaños. Lo hacen porque creen. Porque sienten. Porque saben que sin ellos, los pueblos se quedan solos ante la llama.
Y mientras los fuegos se apagan y las sirenas se callan, la pregunta que queda en el aire no es quién los llamó, sino por qué no hay más como ellos. Porque hoy fueron pacas y coches, pero mañana puede ser cualquier otra cosa. Y ahí estarán. Porque lo suyo no es vocación, es necesidad convertida en acto.
Así que sí, hay que hablar de prevención, de equipamiento, de formación. Hay que dejar de mirar para otro lado. Hay que dejar de pensar que nunca nos va a pasar. Porque, como diría un viejo de Villadiego mientras ve pasar el camión rojo: “Aquí el fuego no avisa, pero estos sí llegan”.
Nosotros lo tenemos claro: la prevención empieza en casa, en el almacén, en el coche. Comprar extintor es comprar tiempo para actuar, comprar tranquilidad, comprar margen de maniobra. Y ese margen puede ser la diferencia entre contarlo… o lamentarlo.